Códigos de comunicación ganadora
Artículo de ‘Capital Humano’ escrito en abril de 2022.
Si hay unas preguntas que me he hecho a lo largo de estos años, tras interactuar con cientos de directivos son éstas: ¿Por qué muchos no admiran a su jefe? ¿Por qué no despierta en nosotros la natural admiración de un superior que debe inspirar más que mandar? ¿A qué se debe esa sensación de trato frío, de momento de tensión cuando te llama a su despacho, cuando se acerca a tu mesa de trabajo?
Interrogantes privadas y públicas que a menudo forman parte del entramado de las organizaciones de nuestro país. Gran parte de la distancia que se establece entre ambos perfiles no reside en los roles preestablecidos, sino en la escasez de autoestima de unos y otros, debido a la falta de interpretación correcta de su papel (el jefe) y en el excesivo respeto del subordinado, quien tiene miedo hasta a expresar decisiones que muchas veces ayudarían a resolver problemas. Por no hablar de la variable dos, esa en la que el empleado cree que está desaprovechado y culpa al entorno, al jefe-mandón, a sus compañeros, al tiempo y al desayuno de esa mañana su incapacidad para ascender en la empresa o ser reconocido de acuerdo a sus teóricos méritos profesionales.
Sin embargo, ni nuestros superiores son tan mediocres ni nosotros tan magníficos o desaprovechados. La jerarquía en una empresa la mayoría de las veces tiene que ver con estar en el momento adecuado, en el instante justo y con la persona precisa, pero en la era del talento, quien no se define por competencias y habilidades no llega a alcanzar sus objetivos, sean los que sean. Así de simple.
Incluso en el país del enchufismo (que tiene más de mito inflado que de realidad edulcorada, al menos en las empresas multinacionales que compiten a diario) la formación y la adquisición de nuevos conocimientos y el reciclaje de los anteriores deviene decisivo para ocupar puestos de responsabilidad. Mi experiencia me dice que la clave no está ya solo en la comunicación, concepto ambiguo y multifuncional que sirve para explicar crisis y desastres de gestión, sino en la vía usada para determinar qué mensajes son poderosos e influyentes y cuáles no. La transmisión y captación del mensaje exige de una concisión y precisión del emisor y de una actitud abierta, proclive a la escucha y crítica del receptor. Es la base de la comunicación eficaz, el pedestal sobre el que se empiezan a erigir las relaciones sociales dentro de toda organización, aunque influye también en los comportamientos dentro de la propia familia e incluso en el círculo de amistades creado.
Los códigos que toda persona debe dominar para hacerse entender, para que sean escuchados, respetados y entendidos por jefes, colegas y colaboradores adquieren relevancia por la necesidad imperiosa de comunicarse a diario. Aquí van algunas sugerencias de aplicación inmediata:
1) Hay que tener una mente predispuesta, abierta y flexible, tendente a captar las necesidades y particularidades de nuestro interlocutor, fijando los objetivos claros de lo que queremos contar y dominando el contexto de la intervención, es decir, el lugar donde hablaremos y a quien nos dirigiremos. Siempre queda bien un ensayo mental del mensaje, una visualización previa de la jugada, soñar el partido.
2) Tener versatilidad para modificar la idea en función del oyente. Hay que tener claro que un mismo mensaje no siempre es válido para enfocar y transmitir una misma idea. Los tonos y colores de las palabras dependen de la cartulina sobre la que se deposita.
3) También hay que priorizar en las relaciones sociales y profesionales el concepto quizá menos acusado de todo: el de la escucha. Preferimos «soltar» nuestro alegato antes que adaptarnos a las necesidades y motivaciones del oyente en cuestión, que puede que carezca de las habilidades de comunicación más básicas y se exprese con rudas maneras. El consejo que damos aquí es que prioricemos la escucha antes que pensar la respuesta que le vamos a dar. Que sintonicemos con el porqué de su discurso, que aprendamos de lo que dice y no aceleremos su final para contraatacar con una réplica baladí, que solo acentuará, en la mayoría de los casos, el distanciamiento entre ambas partes. Gran parte de los conflictos en las empresas se produce por este hecho que acabo de explicar, un eslabón de la comunicación en la que pocos profesionales trabajan.
4) Otro de los elementos a tener en cuenta es el factor curiosidad. Nunca, por mucho que consideremos que hemos entendido el mensaje de nuestro interlocutor a la perfección, debemos dejar de asegurarnos. Preguntar y preguntar no es una demostración de adquisición de conocimiento ralentizado, sino todo un ejercicio sabio de confirmación. ¿Me he explicado bien? ¿Lo entiendes? ¿Necesitas que lo vuelva a explicar? Siempre con el tono más cordial posible, sin perder la firmeza cuando se necesita y en la condición jerárquica que merece.
5) Por último, y en consonancia con las sugerencias anteriores, no salgamos de una reunión o un encuentro profesional sin haber repetido los puntos claves que nos ha llevado a lanzar un speech. No importa que hayas hablado bien o que seas una persona con carisma y presencia. Si no recuerdan lo que has dicho, no sirve de nada. Debes contagiar, influir, compartir, seducir para que tu estilo y formas, que interesan a la empresa y por tanto a tu persona, sean adheridas internamente por todos y cada uno de tus oyentes. Ahí reside el beneficio colectivo de la comunicación. Esa es la raíz principal de todo mensaje persuasivo. La seguridad de la repetición es la fianza del recuerdo.
En resumen, la comunicación siempre será un asunto de dos personas, un juego de gestos, mensajes, interpretaciones y realidades donde la responsabilidad es compartida, aunque la jerarquía interna obligue a una de las partes a asumir mayores cuotas de esfuerzo. El directivo, el jefe, para ser líder, debe trabajar e interiorizar el siguiente principio: si no le entienden, nunca le atenderán.
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