Cómo capitalizar el éxito de los proyectos
Artículo de ‘Capital Humano’ escrito el 1 de abril de 2023.
Corren tiempos en los que la necesidad de reinventarse, la autoexigencia de cambiar, las prisas por encontrarse y salir de la zona de confort, limitan las verdaderas posibilidades del directivo actual. Esa sensación de agobio, frustración y crispación por no conseguir esas metas nos abocan a un ambiente de informalidad, en el que se imponía el todo vale. Aunque los compromisos se cumplan, si no se llevan a cabo según las nuevas convenciones sociales, parece que no estás en la onda del progreso y regeneración directiva. En una época en la que el cambio vende, a costa de lo que sea, no está de más que alguien alce la voz en la defensa del statu quo vigente. Y si se trata del mundo de la empresa, más aún.
Dentro de nuestro trabajo cotidiano como asesores de alta dirección especializados en la búsqueda de directivos y consejeros, debemos ser sensibles a las nuevas realidades sin dejar de otorgar valor a virtudes preexistentes. Al estar en contacto permanente con empresarios y directivos de primer nivel, sabemos que la lealtad y la formalidad son dos cualidades muy apreciadas por ellos. Y que los cambios solo son aprobados si vienen bajo la antesala de una madurada reflexión y de obligada aplicación por la coyuntura.
La formalidad no es una mera pose. Es una actitud, una mentalidad. Por eso nos la piden nuestros clientes en aquellas personas que necesitan y buscan para integrar en sus equipos. Siempre preguntamos las razones por las que se pide una caractéristica especial o precisa, en aras de un mejor desarrollo de nuestra labor. Cuando hablamos de formalidad, la respuesta es siempre la misma: el propio concepto ya lleva implicita la seriedad que se requiere para desempeñar una función concreta. A ella es necesario añadirles una serie de actitudes que citamos a continuación:
1) Visión a largo plazo
Nunca confundamos táctica con estrategia. Las ventajas inmediatas que se pueden conseguir oscureciendo una mala declaración o una pésima praxis no compensan la pérdida de imagen progresiva de la compañía ni la confirmación de la decadencia del prestigio conseguido.
2) Respeto y colaboración
El compromiso de un profesional es sagrado en las relaciones personales. La palabra dada es un acuerdo formal que rara vez necesita de explicación. Cuando esto no ocurre, debes explicar a tu interlocutor las razones por las que el compromiso adquirido no se ha llevado a cabo. Por supuesto, además del relato exculpatorio que se construya, es preciso unas disculpas, asumir las responsabilidades necesarias y hacer frente a los daños ocasionados a la contraparte. El liderazgo humilde es la antesala del éxito empresarial.
3) Confianza y credibilidad
Las personas que cumplen su palabra son aquellas que saben cómo y cuándo generar confianza, ingrediente que en el mundo empresarial es básico para construir y desarrollar marca, organizar la sostenibilidad de un proyecto y vender la rentabilidad de un proceso. Todo buen directivo debe inspirar honestidad y credibilidad entre colaboradores, compañeros, clientes y proveedores, de tal forma que acaben por confiar en él.
4) Liderazgo ejemplar
O lo que es igual, la capacidad de crear y cohesionar un equipo de trabajo, dirigido a la consecución de un fin preestablecido. El líder debe mantener la confianza de su gente, sacando el mejor partido del talento de cada uno de sus componentes. Y todos remar en la misma dirección, con humildad y decisión. Si los soldados no siguen al líder, cualquier guerra estará perdida. Y ese liderazgo empieza por aplicar el ejemplo predicado. No estaría mal empezar por tomarse en serio los compromisos y servicios con los clientes, imprescindible para triunfar hoy en día.
5) Dignidad
Muchos expertos consideran que la formalidad es consecuencia de la dignidad, es decir, la actitud consecuencia de los principios. El autorrespeto por los valores que impulsan un cometido es esencial en el desarrollo ético de un plan empresarial. Valores propios y compartidos para triunfar en un mundo cada vez más vació de ellos.
En resumen, si algo hemos aprendido de todos estos años entrevistando, aconsejando y evaluando a directivos, es que la seriedad, formalidad y cumplimiento de la palabra es uno de los objetivos (y halagos) que todo directivo debe merecer. Por contra, si no se posee dicha cualidad, todo profesional estará expuesto a continuas descalificaciones, bajo cualquier circunstancia. Como decía Don Quijote:
«… Cuando era caballero andante, atrevido y valiente, con mis obras y con mis manos acreditaba mis hechos; y ahora, cuando soy escudero pedestre, acreditaré mis palabras cumpliendo la que di de mi promesa».
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