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Fascinación y rabia: efectos de un líder maquiavélico | Expansión

 3 mayo, 2017
Escrito por Antonio Núñez

Artículo publicado en el Diario «Expansión» el 3 de Mayo de 2017

GESTIÓN | Los directivos que sólo buscan su propio beneficio acaban destruyendo la empresa.

“Todo hombre que intente ser bueno todo el tiempo está destinado a venirse a la ruina entre el gran número que no son buenos. De ahí que un príncipe que quiera conservar su autoridad debe aprender a no ser bueno, y usar ese conocimiento, o abstenerse de usarlo, como la necesidad lo requiera”. Esta es una de las muchas demoledoras sentencias de El Príncipe, la obra de Nicolás Maquiavelo, escrita en 1515, sobre las presuntas cualidades que debería reunir cualquier gobernante (léase directivo empresarial). Unas cualidades, digamos, no demasiado honorables. Para el líder maquiavélico, el fin siempre justifica los medios.

Si bien existe el consenso de que un jefe “maquiavélico” es alguien a quien conviene tener lejos, es indudable que sus habilidades para salirse con la suya sin reparar en ningún escrúpulo moral pueden ser asombrosas para los testigos de sus manipulaciones. “El directivo maquiavélico puede llegar a fascinar a aquellos no directamente afectados por sus decisiones. Éstos se llegan a preguntar: ¿pero cómo es capaz de conseguir siempre lo que se propone?”, señala Miguel Ángel Ariño, profesor de Análisis de Decisiones del IESE. “No obstante, los que padecen de forma directa las acciones de estas personas pasan rápidamente de la fascinación a la rabia al ver cómo se cometen tales injusticias”, añade.

¿Qué significa exactamente ser maquiavélico? ¿Qué características definen a estas personas? La primera es que tienen muy claros sus objetivos, siempre estrictamente personales. “Persiguen sus propias metas a expensas de las de la organización”, apunta Ariño. La segunda es que tienen una inteligencia puramente técnica y carecen de inteligencia relacional. Es decir, no tienen en cuenta el impacto de su comportamiento en los demás. La tercera es que suelen ser individuos que saben “venderse” muy bien ante sus superiores: se presentan como trabajadores hábiles y resolutivos, y no dudan en mentir si lo ven necesario para preservar su máscara de virtudes. Y sus superiores muchas veces les creen e incluso protegen.

¿Significa esto que este tipo de directivos puede aportar algo positivo a la empresa? “En absoluto. Una mala persona nunca puede ser un buen profesional”, asegura Ariño. “Sus acciones no tienen ningún beneficio para la organización, sólo se benefician a sí mismos”, afirma el profesor del IESE, que sí admite que este tipo de profesionales puede ser bien valorado “cuando se mide la calidad de la empresa únicamente por su eficacia”, ya que a veces sus acciones son rentables en el corto plazo. Pero, además de esta característica, una organización debe guiarse por estos otros principios: la “atractividad” (estar al día, no quedarse obsoleta) y la unidad (identificación de los trabajadores con los objetivos de la empresa).

Parásitos y tóxicos

Al centrarse únicamente en sus objetivos personales, el profesional maquiavélico destruye el principio de unidad y, por lo tanto, acaba perjudicando la eficacia de la empresa en el medio y largo plazo. Por eso los expertos en liderazgo y gestión suelen calificar a estos trabajadores de “parásitos” (porque se sirven de una organización amplia para perseguir sus propios fines) y “tóxicos” (porque crean un clima de desunión y desmotivan a los empleados con propósitos y anhelos sanos).

“La gente no abandona un trabajo por la empresa en sí misma, sino por sufrir la gestión de malos jefes”, señala Antonio Núñez, socio de Parangon Partners, firma dedicada a fichar y asesorar a directivos. “Yo creo mucho en los líderes con principios como la generosidad, la humildad, la cercanía… Las compañías cada vez demandan más un tipo de profesional que tal vez no sea el número uno de su clase en conocimientos o habilidades técnicas, pero sí que sea buena persona, que sea leal, que se pueda confiar en él”, asegura. “Ser ético es rentable”, sostiene.

Respecto a los profesionales maquiavélicos, Núnez coincide con Ariño en que tal vez su capacidad para urdir maniobras con resultados exitosos pueda deslumbrar al resto de la plantilla en un primer momento, pero su fracaso a largo plazo está garantizado. “Soy partidario de que este tipo de personas no ocupen puestos de responsabilidad ya que, cuanto más altos estén en el escalafón, mayor daño pueden causar a la compañía”, advierte. La receta que propone este experto es la siguiente: “La ética, el compromiso y la confianza son valores que se generan en el día a día del quehacer laboral. El ejemplo es lo que hace líder: el liderazgo debe estar basado en la confianza y debe permitir el desarrollo de las personas de su equipo fomentando el respeto y el trato justo”.

En oposición a El Príncipe de Maquiavelo, Núnez menciona Oráculo manual y arte de prudencia (1647), de Baltasar Gracián, como libro de referencia para conocer las cualidades que debe tener el buen directivo. Por ejemplo, la descrita en este párrafo: “Vive siempre en disposición de dar a los demás. Quien gobierna gana gran crédito si da, si hace el bien. Es la elegante manera del soberano conquistar el afecto de todos”.